Jorge Bunch
Abogado
Los siervos de Dios estamos matriculados en la “Escuela de refinamiento del amor del Padre”, única institución válida para formar hombres espirituales del talante de José, Moisés, David, y Daniel, entre otros...
“Más él conoce mi camino, me probará y saldré como oro”. (Job 23:10)
El oro ha tenido un significado relevante y protagónico en la historia de la humanidad. En las diferentes culturas es el metal más preciado, sinónimo de riqueza y grandeza. Se encuentra en depósitos de arena y en los lechos fluviales donde es lavado y cribado con un tamiz para separarlo de las impurezas. También se puede hallar en yacimientos, canteras o en filones; es extraído y finalmente pasado por el fuego, hasta lograr su refinado u obtención de la más excelsa pureza.
El oro de baja calidad difiere en su costo con el de alto quilate, se consigue con relativa facilidad y es utilizado para fabricar baratijas, fruslerías o burdas imitaciones, su producto se pela, negrea o marea, no da buen brillo y no resiste ser tratado en el fuego porque se desintegra.
En la biblia se hace especial referencia al oro refinado, que por su excepcional calidad no es fácil de obtener. El proceso se inicia con la misericordia de Jesús “No me elegiste vosotros a mi, sino que yo os elegí a vosotros ...”. Posteriormente, se pasa por el lavado y cribado, que no es otra cosa diferente que ser limpiados por la Sangre de Cristo y el poder de su Santo Espíritu, al quitar todas las impurezas adheridas a nuestro ser, -espíritu, alma y cuerpo- con el fin de llevarnos por el camino de la santificación, mediante el ineludible paso del refinamiento a través del fuego.
No hay cristianos de hornos microondas o de cocción rápida, -tal como se pretende hacer creer sin ningún sustento escritural-. La vida en Cristo se depura y decanta día a día, “corriendo con paciencia la carrera que tenemos por delante”. Tal como lo establece el libro a los Hebreos, nuestro carácter se afianza de manera lenta e imperceptible y será continuamente probado en el fuego de la aflicción y del quebrantamiento.
En el libro de Apocalipsis, en el mensaje que el Espíritu le dirigiera a la Iglesia de Laodicea recomienda: “Por tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas”. (Apocalipsis 3:17). La compra del oro refinado espiritual implica un altísimo precio, es morir para nacer; es sufrir la crucifixión a través de la negación del yo, de nuestro ego, para aceptar sin condiciones la absoluta voluntad del creador y su señorío en nuestras vidas; es la total rendición al Padre como nuestro único Señor y Salvador, es perder la carnalidad para seguirlo en espíritu y en verdad. Es así como el condenado a la cruz, no tiene posibilidad de reclamar derechos, pedir prerrogativas o alegar privilegios; sabe que todo movimiento que haga en el madero -por mínimo que sea- le acarreará más dolor; su voluntad no cuenta, se encuentra a merced de los designios de Dios. El Creador determinará la forma, el modo y terminará, cuando su obra haya sido completada en nuestras vidas.
Los siervos de Dios estamos matriculados en la “Escuela de refinamiento del amor del Padre”, única institución válida para formar hombres espirituales del talante de José, Moisés, David, y Daniel, entre otros. Ellos vivieron en el Espíritu, creyeron en Dios a pesar de las circunstancias, dependieron de Él aun cuando no sabían lo que les depararía el mañana, tal como se contempla en la Carta a los Hebreos: “... la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”; son auténticos modelos de crecimiento en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. (2 de Pedro 3:18).
El anhelo del Padre Eterno es que seamos producto del proceso de refinamiento; con procederes de justicia, dominio propio -lentos para la ira-, misericordia y abundante amor, hasta que lleguemos a tener el brillo de la mente de Cristo, es decir, el Fruto del Espíritu Santo manifestándose permanentemente en nuestras vidas; así nuestra fe no estará cimentada en capacidades, competencias, poder político, fama, fortuna o estructuras eclesiásticas de invención humana y al difundir el “Evangelio del Reino” con doctrina sólida y con principios firmes, no cederemos ante la adversidad o a la rampante corrupción en la que vivimos.
Finalmente, cuando nuestros ojos estén puestos en la cruz podemos expresar desde lo más profundo de nuestro corazón, “Con Cristo estoy juntamente crucificado y ya no vivo yo, más Cristo vive en mí y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del hijo de Dios, el que me amó y se entregó a si mismo por mí”. (Gálatas 2:20) tal como lo afirmó el Apóstol Pablo.
¿Usted, está dispuesto a ser oro refinado por el Señor?